Se adelantaron muchos corredores
En la época sobre la cual escribo, la práctica de correr por las calles tenía muchos adeptos en todas las ciudades del mundo que él conocía. Hacia el final del día, en Rotterdam y Moscú, en el luminoso resplandor crepuscular que a veces baña Nueva York en invierno o en las primeras nieves de Copenhague, se veían hombres y mujeres de todas las edades y configuraciones imaginables dispuestos a disfrutar de un paseo al trote. La única recompensa a su esfuerzo eran unos trofeos pequeños y carentes de valor. La comercialización llegaría, por supuesto, pero más adelante; mientras tanto, el jogging era uno de los pocos empeños humanos dificiles y agotadores que no guardaban relación con los bancos. Una tarde, en Amsterdam o Leningrado -- no recordaba la ciudad pero tenía que ser una cuyo idioma conociera un poco--, Sears había parado a una docena de corredores y les había preguntado por qué corrían."Corro para encontrarme a mí mismo -- le dijeron--; corro para adelgazar; corro porque estoy enamorado; corro para olvidar mis deudas; corro porque estoy enamorado; corro porque hace tres semanas que tengo una erección y espero quitarme así el calentón; corro para huir de mis suegra; corro para mayor gloria de Dios." Todas las respuestas parecieron gratificantes y comprensibles, y ahora, cuando veía aparacer a los corredores en Bucarest o en Des Moines, en Venecia o en Calgary, le parecían la sal de la tierra, le parecían la prueba tenaz e irreductible de la determinación con que el hombre busca su superación. Mientras atravesaba la ciudad aquella noche de lluvia, lo adelantaron muchos corredores.
John Cheever - Esto parece el paraíso
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